jueves, 19 de marzo de 2009

San Agustin


San Agustín (de patricio romano bereber Aurelius Augustinus) (354-430), es junto con Jerónimo, Gregorio I Magno y Ambrosio de Milán uno de los cuatro más importantes Padres de la Iglesia latina. Su padre era un pagano como Dios manda pero la tradición dice que su madre era la abnegada Santa Mónica, que intentaba que el crío rezara y fuese a misa, pero solo pensaba en el rollo platónico y maniqueo.

Un día San Agustín paseaba por la orilla del mar, dándole vueltas en su cabeza a muchas de las doctrinas sobre la realidad de Dios o vaya usted a saber, y ve a un hermoso niño, que está jugando en la arena. Se acerca y ve que el niño corre hacia el mar, llena el cubo (¿había cubos y palitas en aquella época?) de agua del mar, y vuelve donde estaba antes y vacía el agua en un hoyo. Así el niño lo hace una y otra vez (sobre el problema del niño, se merece una entrada). Hasta que ya San Agustín, sumido en gran curiosidad se acerca al niño y le pregunta: "¿Qué haces?" Y el niño le responde: " Estoy sacando todo el agua del mar y la voy a poner en este agujero". Y San Agustín dice: "Pero, eso es imposible, solo conocemos tres dimensiones, no cabe". Y el niño responde: "Más imposible es tratar de hacer lo que tú estas haciendo: intentar comprender en tu mente pequeña el misterio de Dios". El niño se llamaba Pablito.

Fue a Milán a bautizarse y en 395 se convirtió en obispo de Hipona (la cartaginesa Hippo Regius que aparece en el Civ II, actualmente en Argelia, que también fue el lugar de nacimiento del historiador Suetonio, tres siglos antes),

Las cartas de Agustín fueron enviadas a todo el Imperio, sus sermones fueron reunidos en libros y escribió muchas obras formales sobre diversas cuestiones teológicas. Creía en la depravación esencial de la humanidad (el hombre es malo por naturaleza, chupate esta Rousseau). Todo individuo nace con la herencia del «pecado original» que manchó al hombre cuando Adán y Eva desobedecieron a Dios en el Jardín del Edén. El pecado original es eliminado por el bautismo. La Iglesia se inventaría posteriormente un limbo para los niños no bautizados y para los Patriarcas buenos que no conocieron a Jesús; también es el lugar al que el caballero del espacio Rom manda a los fantasmas; es un concepto muy discutido. También creía en la «predestinación», esto es, en el cuidadoso plan de Dios, que existe desde el comienzo del tiempo y guía cada frase de la historia, obviamente un átomo se crea corre por donde le dejan y se destruye, luego esta predestinado, como es más fácil conocer el comportamiento de un tamaño muestral inmenso, ¡hala, a predestinar!

En sus primeros años como obispo, Agustín escribió sus Confesiones, una autobiografía íntima y aparentemente honesta, donde no oculta sus propios defectos tempranos. Este libro ha sido popular desde entonces.

Después del saqueo de Roma por Alarico, Agustín escribió Sobre la Ciudad de Dios, defensa del cristianismo contra los nuevos ataques de los paganos maniqueos, donatistas, arrianos, pelagianos, priscilianistas, académicos de Cambridge, etc.

Agustín llegó a la conclusión que había ciclos económicos de ascenso y caída de los Imperios, como parte del gran plan divino predestinado. Roma no era ninguna excepción; también ella, después de ascender, debía caer. Pero Roma, cuando fue saqueada por Alarico, había sido tratada suavemente, y sus tesoros religiosos habían sido respetados (excepto la Mesa de Salomón). Según Agustín, la decadencia de Roma sólo era el preludio del ascenso de una Ciudad de Dios celestial (¿la ciudad de plata?), una ciudad final que no caería, sino que sería la grandiosa culminación del plan divino.

Agustín murió en Hipona en 430 durante el sitio de los vándalos de Genserico durante la invasión de la provincia romana de África. Su cuerpo, fue trasladado a Pavía (buena batalla), a la basílica de San Pietro in Ciel d'Oro, donde reposa hoy.

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