Existe en la provincia de Badajoz un pequeño pueblo llamado Hornachos, villa de unos 4000 habitantes, a los pies de la Sierra Grande, entre dos valles, el de Los Moros y el de Los Cristianos con una historia evocadora y llena de leyenda.
Todo comienza a principios de la época cristiana como un asentamiento romano de paso hacia Emérita Augusta, donde se encontraba la capital con sus termas de recreo y el teatro romano. En aquellos tiempos tenía el nombre de Fornacis (por eso su gentilicio sigue siendo fornacense).
Todo comienza a principios de la época cristiana como un asentamiento romano de paso hacia Emérita Augusta, donde se encontraba la capital con sus termas de recreo y el teatro romano. En aquellos tiempos tenía el nombre de Fornacis (por eso su gentilicio sigue siendo fornacense).
Durante la conquista islámica el pueblo fue asimilado y gran parte de su población convertida por las buenas o por las malas a la nueva religión. Se llamaban moriscos y nadie se metía con ellos porque eran mayoría y les dejaban hacer. La situación se mantuvo incluso a pesar de pertenecer a la Orden de Santiago hasta el siglo XVI (16). Los problemas comenzaron en el XVII (17), cuando Felipe III, temiendo a la quinta columna musulmana dentro de sus fronteras, decidió expulsarlos (como anteriormente habían hecho otros reyes de casi toda Europa). Tras la expulsión la villa entró en decadencia y fue nido de malhechores y contrabandistas que se ocultaban entre la población. Muchos fueron los asesinatos y desórdenes públicos que por esta causa se cometieron, por lo que se establecieron en el pueblo fuerzas de seguridad y caballería.
Por si alguien tenía alguna duda de las buenas intenciones de los moriscos, estos llegaron a Rabat y fundaron una república pirata (¡si señor!) en Salé, en la fortaleza de los Udaia en la parte más antigua de la ciudad. Era la República de las Dos Orillas (también llamada «Salé la Nueva») dedicada fundamentalmente a la actividad corsaria contra barcos cristianos y al tráfico de esclavos. Perseverantes, continuaron la actividad corsaria hasta 1829, reclamando cada cierto tiempo a la Corona Española poder volver a su pueblo (no les dejaban, claro, porque el cupo de corsarios ya estaba lleno en la península solo con cristianos). Entre aquellas moriscas y españolas familias estaban la familia Correon y Vargas, que al instalarse en Marruecos se arabizaron en Karioun y Bargach respectivamente.
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